Desde mi experiencia como formadora en Guatemala veo la formación como un proceso de fortalecimiento de las capacidades metodológicas, pedagógicas y de visión política, por Verónica del Cid
Mi experiencia en procesos de formación no puede ser comprendida sin compartir algunos hechos importantes que han marcado mi vida. Soy una mujer mestiza de 31 años de edad originaria de la ciudad de Guatemala, nací en una familia pobre con características rurales, con cuatro hermanos hombres, mayores que yo. Estas condiciones de algún modo me mantuvieron al margen de la verdadera realidad que en el año 1975 y en la década de los ochenta se vivía en nuestro país. Parecía que no me enteraba que estábamos viviendo un conflicto armado interno donde estaba muriendo mucha gente.
En los años noventa inicié mis estudios de secundaria en un colegio de religiosas con muchas características conservadoras y un planteamiento bastante asistencialista, pero fue importante, en ese momento de mi vida, enterarme de la crudeza de la realidad. Acompañaba a las religiosas cuando visitaban las comunidades y empecé a conocer las condiciones de pobreza y marginación de las comunidades pobres de la ciudad, escuché el terror de la gente de las comunidades de Rabinal, Sololá y Quiché por estar viviendo una guerra sangrienta que aún se percibía. Fue cuando comprendí que la pobreza no es un hecho natural, como a veces en casa se decía. Que la acumulación y la ambición de unos a costa de la vida de otros han creado desigualdades, injusticias, explotación, dominación y muerte.
En mis visitas también pude ver a muchas personas sonreír y con muchos deseos de trabajar para que esta realidad cambiara. Esa esperanza activa me lleno de energía para no pasar por el mundo sin sentir que aporto en algo a ese cambio. Desde ahí opté por una profesión académica en el área del trabajo social y comencé a trabajar con niños que de alguna forma tenían acceso al colegio. Estuve solamente tres años, pues la formación se limitaba a procesos de educación formal.
Posteriormente me llamaron para trabajar en una de las comunidades con mayores problemas de violencia y delincuencia del área urbana, haciendo un acompañamiento a mujeres adultas y a niños como etapa de prevención social. La experiencia de este proceso formativo tuvo su mayor riqueza al conocer cómo vivían las familias, cuáles eran sus mayores preocupaciones y sus tensiones, así como escuchar de los jóvenes que ya pertenecían a pandillas juveniles las motivaciones y las presiones para hacer muchos actos que tampoco llenaban sus vidas. Reconocer las formas de solidaridad entre los vecinos, sus estrategias de sobrevivencia, así como seguir analizando las causas estructurales, la participación o la ausencia del Estado y la fuerte presencia de las fuerzas armadas y policiales en la comunidad.
Si bien el proceso contemplaba acciones de capacitación técnica, comercialización, formación en temas de derechos humanos, resolución de conflictos y autoestima, el mayor aprendizaje fue desde la cotidianidad, el hablar con las personas cuando se tomaba un atol [1] en la calle, el estar en un velorio de joven que mataron o en el velorio del muchacho que se suicidó, así como en la energía de las personas cuando se animaban los cierres de calle para actividades artísticas culturales con contenido político.
Después de ello, ya en el tiempo posterior a la firma de los Acuerdos de paz, con los que se dio cese al fuego, las condiciones políticas en Guatemala aparecían con otras posibilidades. Se hablaba de un proceso democrático, no obstante que las condiciones económicas y sociales que originaron la guerra, estaban intocadas. Al contrario, las políticas neoliberales, como el nuevo rostro del capitalismo, vinieron a agudizar aun más la pobreza y con ella la explotación, la discriminación, el racismo, la enajenación mediático-cultural, iniciándose la apropiación de los recursos naturales por las empresas trasnacionales. Resultaba entonces imprescindible buscar nuevas formas de movilización, de denuncia y protesta y, para ello, la articulación de los esfuerzos locales con los nacionales.
Buscando ampliar el ámbito de lo local, inicié el trabajo en la Iglesia Católica, en el área social del Arzobispado de Guatemala, llevando todo un proceso de denuncia, rescate y acción legal, en el caso de niños y niñas que sufren violencia. Se realizaban procesos de formación enfocados en el trabajo con las familias y vinculados a la creación de redes de organizaciones que apoyaban en una atención integral a los niños y niñas, así como al padre y la madre. También se realizaba una labor de denuncia pública ya que en muchos casos personalidades públicas estaban involucradas en redes de venta de niños, redes de prostitución infantil y en algunos casos, eran los agresores físicos y sexuales de ellos y ellas.
Con esta experiencia aprendí que el hacer procesos de formación debe ser parte de toda una estrategia de trabajo y tener la capacidad de lograr la colaboración de otros actores sociales y políticos que complementan esa acción. Aprendí que se deben contemplar acciones de asistencia, sobre todo en la realidad de mi país que es continuamente emergente, pero se debe trascender a la movilización, denuncia, protesta y participación en espacios de decisión publica ; si no, es tapar el sol con un dedo, como decimos en Guatemala.
Después tuve la oportunidad de coordinar un programa de educación que se inició en el Arzobispado, en el cual se logró retomar algunos elementos de la propuesta de alfabetización de Paulo Freire. Fue importante, como proceso de formación, incluir en el aprendizaje de las letras toda una discusión política, económica, social, cultural e ideológica de la realidad. Si bien este proceso estaba dirigido a personas que eran atendidas por las pastorales sociales de la Iglesia, fue impactante ver cómo, en tan poco tiempo, las personas empezaban a vincularse a procesos comunitarios. Ya no eran indiferentes al comité de vecinos, a la denuncia de situaciones injustas, a la participación en acciones colectivas ambientales, de recreación, de investigación... Esta experiencia y otras que emergían de la Oficina del Arzobispado eran demasiado atrevidas para algunas autoridades de la Iglesia, que empezaban una reestructuración de la Oficina, después de la muerte de Monseñor Gerardi [2], empezando a ubicarse en ella otros intereses y personalidades a quienes conviene una iglesia pasiva y callada.
Por suerte, me ubiqué rápidamente en mi actual trabajo, en Servicios Jurídicos y sociales en Guatemala, Serjus, institución que además de ser una escuela de aprendizaje, me ha acompañado en la realización de mi vida familiar y me da la oportunidad de luchar por lo que creo. Desde Serjus, uno de nuestros principales retos es superar la desarticulación de las fuerzas sociales y la atomización del pueblo que sigue siendo explotado y dominado. Es necesario promover la organización social en todos los ámbitos de la sociedad, elevando sus capacidades de participación y gestión, para el impulso de un proceso democrático de desarrollo, pues el actual sistema interno ha impuesto un modelo que responde a los intereses de las empresas trasnacionales y a la generalización de la mundialización neoliberal. Nuestras acciones van dirigidas a propiciar la organización y articulación desde los intereses sectoriales y territoriales, entre lo local y lo nacional, con capacidad de incidir en las decisiones políticas y de participar en los espacios de ejercicio del poder del Estado.
Aunque creemos que toda acción liberadora es una acción pedagógica, para desarrollar este sentido hemos visto necesario impulsar un proceso de formación a través de un sistema de escuelas políticas y pedagógicas en educación popular, dirigido a formadores y formadoras del ámbito nacional y a dirigentes, hombres y mujeres, de organizaciones sociales, sectoriales y comunitarias, en las regiones del Occidente, Norte y región Central del país. Es un proceso de formación que pretende el fortalecimiento de las capacidades metodológicas, pedagógicas y de visión política.
Impulsar este proceso de formación desde una concepción de educación popular ha implicado partir desde el sentir y los conocimientos prácticos de las personas, aprender juntos de la experiencia vivida y elevar ésta a análisis teóricos colectivos, que se confronten con lo que otras personas y experiencias nos han dicho, es decir, el conocimiento histórico, para luego buscar pistas que retroalimenten y construyan nuevas prácticas que busquen la transformación de la realidad.
La formación no puede ni debe verse como un proceso separado de una acción política ; es, más bien, el fundamento que da sentido y orienta nuestras acciones. No es un fin el desarrollar un proceso formativo, es más bien un medio para trascender de una conciencia ingenua a una conciencia crítica de la realidad y que ésta provoque movilización en contra de eso que nos parece injusto. La formación debe generar también valores que se traducen en nuevas relaciones cotidianas de solidaridad, en la denuncia de toda forma de opresión, en la revalorización de la diferencia para la unidad, en desarrollar la identidad y confianza en sus propios valores y la apertura para respetar y aprender de los otros y otras, distintas formas de vida que nos ayuden a ser mas humanos de forma holística.
Desde esta experiencia he aprendido que la formación debe ser un proceso que potencie la lucha en contra de las causas reales de la pobreza y el subdesarrollo, formando en las personas y organizaciones de los sectores empobrecidos la capacidad de emprender, por sí mismos, acciones concretas, así como generar en los otros la sensibilidad para verse incluidos y co-responsables de esta realidad (aunque no sufran directamente estas condiciones de vida), para que en alianza se incida en los gobernantes, en diferentes ámbitos o niveles, en la definición e impulso de políticas, planes y proyectos que realmente se encaminen a la erradicación de las causas principales de la exclusión y la explotación.
Como dice Paulo Freire : “Sólo en la educación puede nacer la verdadera sociedad humana y ningún hombre (y mujer) vive al margen de ella. Por consiguiente, la opción se da entre una educación para la domesticación alienada y una educación para la libertad”.
[1] Bebida de harina de maíz disuelta en agua o leche.
[2] Monseñor Juan Gerardi creó la Oficina de derechos humanos del Arzobispado de Guatemala, desde donde investigó las víctimas de la violencia y la violación sistemática de los derechos humanos en su país. En 1998 publicó un informe donde se probaba que el 90% de los crímenes de lesa humanidad en contra del pueblo de Guatemala habían sido cometidos por el ejército y no por la guerrilla, como afirmaba el gobierno. Dos días más tarde, Gerardi era asesinado.